Atucha II: ¿un peligro latente?

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El 15 de marzo de 2011, a cuatro días del terremoto y maremoto que había sacudido a Japón, una tercera explosión en la planta de Fukushima I desató definitivamente una preocupación global por los alcances del desastre nuclear, y volvió a traer a la memoria colectiva las secuelas de los peores accidentes del pasado reciente: el de Chernóbil (Ucrania, 1986) y el de Three Mile Island (Estados Unidos, 1979).



Un mes después del terremoto, tras los intentos fallidos por bajar la temperatura en los reactores comprometidos, las subidas dramáticas del nivel de radiación en la zona colindante y la fusión parcial confirmada de al menos uno de los núcleos, el gobierno de Japón elevó lo ocurrido en Fukushima al nivel 7 en la escala de accidentes nucleares, igualándolo en gravedad al de la planta de Chernóbil. A partir de Fukushima, y bajo una fuerte presión de la opinión pública, Alemania resolvió detener en el acto sus centrales nucleares más antiguas (entre ellas Biblis II, de diseño y funcionamiento similares a Atucha I y II), y decidió renunciar por completo a la energía nuclear en su matriz energética, mediante un proceso gradual de desconexión programado hasta el año 2022. En Italia, el entonces Primer Ministro Silvio Berlusconi detuvo la construcción de ocho reactores, y a principios de junio realizó un referéndum que terminó con cualquier expectativa de reactivación nuclear en el país: la negativa a la energía nuclear ganó con el 94,5 % de los votos. Suiza y Bélgica, por su parte, tomaron la decisión de no construir ninguna otra central nuclear una vez finalizada la vida útil de las que ya poseían.

Para mediados de año, en Argentina, la Presidencia de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) emitía la Resolución Nº 169 –del 1 de junio de 2011–, en la que se aprobaba la fabricación de un “sistema de inyección de boro ante roturas de tipo 2 A” para Atucha II: un mecanismo de respuesta ante un accidente severo no contemplado en el diseño original de la planta, que había sido realizado por la empresa Siemmens en la década del 70, antes incluso que ocurriera el desastre de Chernóbil. Eso era todo. La inauguración virtual de Atucha II, prevista para septiembre, seguía su curso, aunque ya se supiera entonces que la planta iba a estar inactiva alrededor de dos años más debido a las modificaciones necesarias para cumplir con la normativa internacional, y que su inauguración era prácticamente una puesta en escena.
Los problemas con el diseño anacrónico de Atucha II no eran nuevos: hacía cuatro años que circulaban informes que señalaban la necesidad de amoldar la planta a las normas de seguridad “post Chernobyl”, a las que ahora se sumaban las preocupaciones “post Fukushima”.

En abril de 2007, casi un año después que el entonces presidente Néstor Kirchner anunciara la decisión oficial de finalizar Atucha II, la prensa dio a conocer los términos de un memorando confidencial de la Autoridad Regulatoria Nuclear (ARN), en el que se señalaban importantes dificultades de diseño en materia de seguridad. “El diseño actual”, detallaron los periodistas Martín De Ambrosio y Alfredo Ves Losada en un informe conjunto que publicaron en 2007, “no contempla qué sucedería si uno de los caños que llevan combustible radiactivo se rompiera enteramente. Apenas si tiene en cuenta un daño del 10% de la superficie, uno de los puntos aggiornados por la normativa internacional desde el diseño original”.
En el mismo sentido se destacaba que, más allá de lo señalado por el informe de la ARN, los problemas de seguridad eran “numerosos”, y que uno de los principales estaba vinculado con el deficiente sistema de apagado para la planta.







Atucha II, diseñada por Siemens en los 70, se comenzó a construir en los 80: más de 30 años, dos desastres nucleares y millones de dólares adicionales después, todavía no estaba en condiciones de aportar energía al sistema.
“Por una extraña paradoja, Argentina es compradora de la primera y última central atómica de Siemens”, señaló a fines de septiembre de 2011 el economista y escritor Elio Brailovsky, luego de que la empresa alemana diera a conocer su decisión de abandonar completamente el negocio nuclear, meses después que el parlamento de su país decidiera terminar con la generación nuclear para 2022. El mismo mes fue inaugurada en nuestro país Atucha II, en un acto emitido por cadena nacional, en el que se reafirmó además el proyecto de avanzar con una cuarta central nuclear nacional (Atucha III) y desarrollar un reactor de baja y media potencia con diseño propio (CAREM).
"Hemos pasado por el deslumbramiento inicial de la energía atómica al desencantamiento final, sin registrar su decadencia en los países del Norte. Todavía calificamos como ‘de punta’ a una tecnología que ellos iniciaron, que nos vendieron para bajar sus costos y que ahora empiezan a abandonar”, escribió entonces Brailovsky.
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El jueves 17 de mayo de 2012, se conoció el fallo de la Suprema Corte de Justicia de Mendoza Nº 77173 que ratifica una multa por 1 millón de pesos contra la Comisión de Energía Atómica.

Atucha II, diseñada por Siemens en los 70, se comenzó a construir en los 80: más de 30 años, dos desastres nucleares y millones de dólares adicionales después, todavía no estaba en condiciones de aportar energía al sistema.

La Comisión Nacional de Energía Atómica(CNEA) se creó en 1950, por Decreto Nº 10.936/50, siendo una de sus responsabilidades específicas el control de las investigaciones atómicas oficiales y privadas que se efectuaran en el territorio nacional.

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